El dios Jano: de lo fenoménico a lo probable: Criterios para la vida práctica de los pirrónicos y los neoacadémicos
Sinopsis
En el título de este trabajo se menciona a Jano, dios romano arcaico y sin antecedente griego. De acuerdo con García Gual, esta deidad se representaba con doble rostro, mirada hacia atrás y hacia adelante; bifronte y sin espalda, su cabeza se alzaba sobre un pilar cuadrangular o sobre un mojón de los que marcan los lindes. Jano aparece, pues, como guardián de los caminos y de los nuevos tiempos; el guardián de las puertas, relacionado con los momentos peligrosos del cruce de un sitio a otro. Así, esta divinidad puede ser vista también como símbolo del presente, que es solo un momento decisivo de tránsito entre el pasado y el futuro (2003: 195). Al igual que el dios Jano, las corrientes escépticas presentan dos caras, tal vez incompatibles, pero que subsisten en tensión permanente: la de los que suspenden el juicio y les sobreviene la ataraxia, una conexión fortuita que no es promesa de salvación, y la de los que aceptan cierto grado de probabilidad y verosimilitud en la vida práctica, en el que se abandona la epoché y la ataraxia por una vida más racional, el mundo cívico que da lugar al saber menos incierto por ser producto de la actividad humana. Esto hace recordar que, si se observa detenidamente, en la vida práctica existe una gran cantidad de acciones importantes que no pueden realizarse más que desde la probabilidad; por ejemplo, navegar o viajar, que son tareas abiertas, alejadas de la seguridad o certeza absoluta, algo contrario a la creencia de los dogmáticos. Igualmente, la noción de tránsito, entendida como diversos modos de escepticismo frente a los problemas que plantea el conocimiento de la realidad y la conducta humana, remite al encuentro entre dos corrientes escépticas. En este sentido, tanto la tradición pirrónica –—quienes se sienten deudores de los planteamientos de Pirrón de Elis y consideran que los han mejorado cualitativamente—, como la tradición neoacadémica —cuya fuente de inspiración es la postura socrático-platónica, sobre todo la que se encuentra en los diálogos de juventud o diálogos socráticos—, comparten, pese a las diferencias, que sus postulados no tienen ningún carácter doctrinal o dogmático, defienden o presentan sus argumentos con el firme propósito de construir respuestas provisionales y racionales con la convicción de que no existe un criterio que permita determinar qué es lo verdadero y qué es lo falso; sin abandonar una de las actitudes o deseos fundamentales del ser humano: seguir investigando, porque, tal vez, como afirma Sócrates, una vida sin examen no es una vida digna para el hombre. Como guardián de los caminos y de los nuevos tiempos, y como experiencia del pensamiento, el escepticismo no ha sido estéril en la historia de la filosofía occidental. Raramente adoptado como tal en su versión antigua, pero frecuentemente revisado y repensado, a veces atenuado, a veces radicalizado, mas nunca asumido como algo banal y superfluo, ha sido capaz de mostrar, a través de tantos pensadores, que dichas posturas, en muchas ocasiones, despiertan al pensamiento de su «sueño dogmático». En cuanto a su relación con los momentos peligrosos del cruce de un sitio a otro, el escepticismo representa una invitación permanente a revisar fundamentos, ya que, tal vez, la ausencia de sentido es el sentido, por cuanto parece que la incertidumbre es condición de la vida feliz.